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Mostrando entradas de septiembre, 2020
Cuando era pequeño no soñaba con trabajar para la NASA, ni en conseguir la paz mundial. Sólo soñaba con ser el teclista de Deep Purple y follarme a la madre de mi mejor amigo. Ella nunca lo supo. Ni Jon Lord tampoco.
Hoy me han instalado una alarma en casa y la han hecho funcionar a la primera. Antes, para que sonara una alarma, había que bombardear una ciudad.
Algunos días me levanto sintiéndome frágil,  tan cansado que lo veo todo borroso. No veo el té, la pantalla del ordenador, ni mi vida. Lo veo todo borroso. Y contra esa especie de miopía de síndrome incierto no existen lentes correctoras, ni distancia social, ni mascarillas, ni vacunas. El único remedio que he encontrado es poner a todo volumen la sonata en sol mayor para cello de Bach y descorchar un Vega Sicilia del 64. Por desgracia hoy sólo tenía a mano un culín de Don Simón. Estoy bien, creo.
Vengo de una cita a ciegas. Aún no he tenido mucho tiempo para asimilarlo, pero creo que necesito recolocarme los empastes. Qué mujer, qué determinación, qué tono de voz, qué mano, qué tacto, qué aplomo. qué cuerpazo, qué personalidad, qué todo. Nada más verme, se ha abalanzado sobre mí y me ha ordenado que me baje la mascarilla, casi rozamos nariz con nariz. Aún noto su intensa mirada clavada en mis pupilas, el jadear de su boca pidiendo que trague saliva, y el gesto lujurioso de su dulcísima muñeca penetrando en mí. Cuando ha quedado satisfecha, me ha dado una página web para seguir en contacto y, desde entonces, me conecto cada cinco minutos para ver si me escribe. Espero que la PCR sea negativa.
Hoy, mientras iba a comprar calcetines nuevos para ir a First Dates, he visto a través del cristal empañado de mis gafas a una chica guapísima abrazada a un niño pequeñísimo. Él abultaba menos que la mochila que lo empujaba hacia atrás, pero el abrazo era tan inmenso que parecía cobijarlo y ampararlo de todos los males, bajo un cielo gris que mordia, con dentelladas de nostalgia. Era un abrazo que valía por mil mascarillas y kilómetros de distancia social. H e cerrado los ojos, apretando fuertemente los párpados para volver a abrirlos al instante, muy, muy abiertos, pero s e me ha olvidado poner el flash y al final me ha quedado la instantánea un poco mal.
Llevo todo el día pensando en First Dates y  dándole vueltas a cómo sería mi prototipo de persona ideal. Una vez me enamoré de una rana, su piel verde y sus saltos de diez centímetros me volvían loco. En otra ocasión me encamoré locamente del café solo, ese cuerpo y ese aroma me fundían los empastes. Y últimamente no puedo vivir sin Netflix. Así que no sé muy bien cómo será mi prototipo de pareja ideal. ¿Quizás una rana negra con un cuerpazo y abonada a Netflix? Sólo espero que no sea vegana, no soy muy fan de comer tofu, y menos con mascarilla. 
 Creo que el mayor de mis defectos es que nunca sé vestirme para las ocasiones importantes. Así que ya adelanto que voy a ser incapaz de elegir nada digno que ponerme para ir a First Dates. ¿Habrá una edición nudista? ¿Tendré que llevar mascarilla a conjunto?
Tras deambular por los callejones del deseo durante algunos años, que han resultado deliciosamente locos a la par que paradójicamente anodinos, me encuentro en ese típico e inevitable momento de madurez marcado por la desesperación de no tener aún la edad necesaria para la jubilación y unos deseos incontrolables de engullir hasta el agua de los floreros mientras veo películas de Bergman a altas horas de la madrugada. Así que he decidido que este año (sí, el del covid 19, donde nadie queda ni para cobrar la devolución de hacienda) voy a empezar a buscar activamente al amor de mi vida. Me he apuntado a First Dates.
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John Lennon no tenia razón: la vida no es lo que te pasa mientras haces planes. La vida es lo que te pasa mientras esperas la vacuna del covid-19.
 Desde que mis pies se han empeñado en guardar los dos metros de distancia social entre ellos, me pego unas ostias que pa qué.
Cuando nacemos, aprendemos a llorar. En párvulos aprendemos a caer. En la escuela aprendemos a callarnos. En el instituto aprendemos a lamernos las heridas y a cosernos el corazón. En el curro, aprendemos a respirar tres veces antes de gritar. Luego aprendemos a organizarnos, porque queremos cambiar el mundo, hasta que nos damos cuenta de que ya es demasiado tarde para cambiar una mierda. Y un día te encuentras a ti mismo  aprendiendo de nuevo a llorar, a caerte, a callarte, a lamerte las heridas, a coserte el corazón, a organizarte. Y cuando crees que ya lo sabes todo, aprendes que para cambiar el mundo lo que deberías haber hecho era lavarte las manos con frecuencia . A ver dónde encuentro yo un poco de frecuencia a estas horas.

Quien teme al Covid19?

Hoy he decidido que no voy a seguir escondiéndome del resto del mundo, ni de ningún virus. He dicho fuera a todo miedo e inseguridad, voy a demostrar a todo el universo quien soy yo, y que no hay nada ni nadie que pueda atemorizarme.  Así que he salido a correr con mascarilla y cuando me cruzaba con alguien que no la llevaba, arqueaba exageradamente la ceja izquierda para lanzarle una mirada asesina. ¡Toma ya!