Algunos días me levanto sintiéndome frágil, tan cansado que lo veo todo borroso. No veo el té, la pantalla del ordenador, ni mi vida. Lo veo todo borroso. Y contra esa especie de miopía de síndrome incierto no existen lentes correctoras, ni distancia social, ni mascarillas, ni vacunas. El único remedio que he encontrado es poner a todo volumen la sonata en sol mayor para cello de Bach y descorchar un Vega Sicilia del 64. Por desgracia hoy sólo tenía a mano un culín de Don Simón. Estoy bien, creo.
Conociéndola como la conozco, creo que su vida se debate entre el efímero encanto de la conquista fácil y el poder eterno del amor verdadero. Vuelvo a tener una cita a ciegas con la arrolladora chica de hace un par de semanas, la que me ordenó bajarme la mascarilla y urgó en (casi) todos mis orificios. Ahora dice que quiere mi sangre. ¿Será un eufemismo?
Me recuerda a Desmontando a Harry, de W. Allen.
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