Cuando nacemos, aprendemos a llorar. En párvulos aprendemos a caer. En la escuela aprendemos a callarnos. En el instituto aprendemos a lamernos las heridas y a cosernos el corazón. En el curro, aprendemos a respirar tres veces antes de gritar. Luego aprendemos a organizarnos, porque queremos cambiar el mundo, hasta que nos damos cuenta de que ya es demasiado tarde para cambiar una mierda. Y un día te encuentras a ti mismo aprendiendo de nuevo a llorar, a caerte, a callarte, a lamerte las heridas, a coserte el corazón, a organizarte. Y cuando crees que ya lo sabes todo, aprendes que para cambiar el mundo lo que deberías haber hecho era lavarte las manos con frecuencia. A ver dónde encuentro yo un poco de frecuencia a estas horas.
Vengo de una cita a ciegas. Aún no he tenido mucho tiempo para asimilarlo, pero creo que necesito recolocarme los empastes. Qué mujer, qué determinación, qué tono de voz, qué mano, qué tacto, qué aplomo. qué cuerpazo, qué personalidad, qué todo. Nada más verme, se ha abalanzado sobre mí y me ha ordenado que me baje la mascarilla, casi rozamos nariz con nariz. Aún noto su intensa mirada clavada en mis pupilas, el jadear de su boca pidiendo que trague saliva, y el gesto lujurioso de su dulcísima muñeca penetrando en mí. Cuando ha quedado satisfecha, me ha dado una página web para seguir en contacto y, desde entonces, me conecto cada cinco minutos para ver si me escribe. Espero que la PCR sea negativa.
Comentarios
Publicar un comentario