Tras deambular por los callejones del deseo durante algunos años, que han resultado deliciosamente locos a la par que paradójicamente anodinos, me encuentro en ese típico e inevitable momento de madurez marcado por la desesperación de no tener aún la edad necesaria para la jubilación y unos deseos incontrolables de engullir hasta el agua de los floreros mientras veo películas de Bergman a altas horas de la madrugada. Así que he decidido que este año (sí, el del covid 19, donde nadie queda ni para cobrar la devolución de hacienda) voy a empezar a buscar activamente al amor de mi vida. Me he apuntado a First Dates.
Vengo de una cita a ciegas. Aún no he tenido mucho tiempo para asimilarlo, pero creo que necesito recolocarme los empastes. Qué mujer, qué determinación, qué tono de voz, qué mano, qué tacto, qué aplomo. qué cuerpazo, qué personalidad, qué todo. Nada más verme, se ha abalanzado sobre mí y me ha ordenado que me baje la mascarilla, casi rozamos nariz con nariz. Aún noto su intensa mirada clavada en mis pupilas, el jadear de su boca pidiendo que trague saliva, y el gesto lujurioso de su dulcísima muñeca penetrando en mí. Cuando ha quedado satisfecha, me ha dado una página web para seguir en contacto y, desde entonces, me conecto cada cinco minutos para ver si me escribe. Espero que la PCR sea negativa.
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